jueves, 15 de diciembre de 2011

Nadie sabe de tu acento ni tu nombre...

(Si pudiera, te llevaba a mi casa, a alguna casa...
A veces, me miro en el espejo, y no me reconozco.
¿Quién inventó este desorden establecido? Da pena.)


Andando por las calles solo vas durante el día
y sola, en verdad, es también la noche.
Cual fantasma errabundo que arrastra su cadena,
¿qué condena para después de muerto?

Nadie sabe de tu acento ni tu nombre
pero conocen bien tus letanías
aún cuando parece que no las oyen.

Tú, sigues insistiendo,
orando a alguien que no es dios,
pero que, como dios,
esperas, sea misericordioso.

Nadie sabe de tu acento ni tu nombre,
si eras de familia bien,
si rezabas cada día,
ni si  -de ser así-
tu suerte se truncó.

Tú eres invisible a los ojos del que mira.
Y del que no mira, también.

La ceguera del mundo
tiene poco de ceguera
y mucho de podredumbre.

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