Y después de todo existir,
con la cruz a cuesta,
en forma de equis distinta,
distante,
interrogante,
pesada como una penitencia...
El mundo es tan grande
y yo tan pequeña
que ni en el reflejo del espejo
me veo a veces.
Y me siento sin agua
como aquellos peces
que buscan el mar
en lo redondo de su pecera.
Y sé que es inútil
y que hay más mundo,
y que asusta lo grande
cuando los pasos son diminutos
y hay tanto gigante suelto.
Y se me enredan en el pelo
las letras de poeta
y las horas sin sueño,
los tepienso con dueño
como perra sin amo...
No hay bozal para boca tan chica,
ni ladrido, ni mordida que me enfrente.
Tal vez;
un beso en la frente,
una buena estufa al corazón,
o café para dos.
Esto son cosas importantes me digo,
donde hay besos tan de mentira
como los snacks sabor jamón,
las farolas sustituyen a las estrellas
y los rascacielos a los árboles...
No sé si soy sucedáneo de mí misma
o si soy yo misma.
Me conformo con ser.
Es por eso que aparece la equis,
con su voz ronca y su tono gris
en forma de migraña;
y se balancea en su telaraña
riéndose de mí y mi jaqueca.
Y pienso si yo, soy yo,
o soy producto de algo,
si soy un monstruo bello...
o si existen esas cosas.
Y me siento absurda
en la absurdez del Mundo.
Absurdez absoluta,
escribiría en neón
de bajo consumo.
Por ser,
-si escribo, existo-
las palabras despejan la incógnita
en este mundo indiferente
con destino equidistante.
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